La crisis financiera global es una realidad con la que nos hemos acostumbrado a convivir desde mediados del año 2007, cuando sólo algunos analistas tachados de cenizos apenas acertaban a presagiar la debacle que se avecinaba: caída de los mercados, colapso de las instituciones financieras, crisis de deuda soberana de las naciones, rescates multimillonarios, etc. Desde aquel estallido, el mundo económico no ha vuelto a ser el mismo. Hoy vivimos inmersos en un ambiente volátil y enrarecido por la desconfianza, donde cualquier desajuste puede afectar a todos los elementos del sistema en un mundo cada vez más interconectado.
En este panorama incierto y delicado, el término “guerra de divisas” aparece un día sí y otro también, presentándose como el principal peligro para la inestabilidad financiera mundial en la actualidad. Unos y otros se acusan mutuamente de alterar de forma artificial el tipo de cambio de sus monedas para ganar en competitividad internacional y de esta manera encarar mejor la salida de la crisis. Estados Unidos y China aparecen como las cabezas visibles de este drama, pero Europa, Japón y las economías emergentes de Asia y América Latina son asimismo actores principales y, sobre todo, víctimas. En este entramado de dimes y diretes, resulta muy complejo separar el grano de la paja y tratar de ser objetivo. Para ello, lo primero que debemos recordar es que los movimientos estratégicos en el mercado de divisas no son algo nuevo: la Segunda Guerra Mundial estuvo precedida por turbulencias similares, y justo antes de su finalización, en 1944, la Conferencia de Bretton Woods estableció la primacía económica estadounidense por la vía hegemónica del dólar. Hagamos un poco de historia.
En Bretton Woods se estableció un “patrón dólar” que fijaba dicha divisa en un valor de 35 dólares la onza de oro, constituyéndose como referencia para el resto del mundo. También se acordó, entre otras cosas, la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, dos instituciones que han sobrevivido hasta nuestros días, no sin polémicas.